Con
el paso de los años, nunca terminas de estar seguro de si esta actitud vital de
vivir analizándolo todo es un premio o un castigo, pero al final terminas dándote
cuenta de que es inútil imaginarte sin hacerlo porque con la pérdida de algo
tan íntimo, serías entonces otra
persona.
En mi época de estudiante, esta forma de ser tenía sus ventajas, por
ser mucho más fácil asimilar algo que has entendido aunque fuera incluso bibliografía
técnica. Me viene a la memoria por ejemplo, que en la normativa para el diseño
de carreteras te limitaban la longitud máxima de las rectas a intercalar entre
las inevitables curvas, y también la relación entre los radios consecutivos de éstas
últimas. Me resultaba entonces mucho más fácil para memorizar que se debían
evitar las rectas largas para que el conductor no redujera su nivel de atención
ante la conducción y que, intercalar después de forma súbita una curva cerrada
(de pequeño radio) sin antes pasar por una más amplia, como si de un garrote de
caramelo se tratase, podía aumentar sensiblemente la accidentalidad creando un
punto negro.
Viviendo en un permanente (y muchas veces involuntario) escrutinio de todo
lo que te rodea resulta difícil aburrirte, pero si incluso la apasionante y a
la vez dramática época de cambio que nos toca vivir no resulta suficiente,
siempre está ahí el eterno comodín de la especulación sobre el futuro, cuestión
muy interesante además de para reflexionar sobre ella, también para compartir
unas cervezas.
Normalmente lo que ocurre al tratar este tema con amigos soñadores
como los lectores de este blog, surge una tormenta de ideas aparentemente
inconexas o contrapuestas, que en medio de una animada charla no siempre es
fácil conectar o reconducir, algo que sin embargo resulta más fácil por
escrito.
Al hablar el progreso, la cuestión estrella, hay un consenso
generalizado acerca de que estamos en el mejor momento de la historia de la humanidad,
por tener acceso a productos y servicios (sanitarios, educacionales o
asistenciales), que han hecho que se haya duplicado la esperanza de vida en el
último siglo y que siga aumentando a un ritmo de dos años y medio por década.
También en contra de la intuición, parece ser que estamos viviendo la época con
los índices de violencia en mínimos absolutos. Puede parecer un contrasentido esto
que afirmo, no ya por la inevitable comparación entre países desarrollados y el
resto, sino incluso en nuestro propio país, donde parece que día a día aumentan las desigualdades sociales; y sin
embargo no son en absoluto hechos incompatibles.
Imaginad a dos coches recorriendo una carretera diseñada con las
pautas generales que os he comentado antes, con rectas no demasiado largas, y
curvas de diversos radios que aumentan o disminuyen gradualmente; el primero de
ellos es relativamente nuevo y potente, además de ir cargado de combustible,
mientras que el segundo es viejo, de prestaciones convencionales y además no va
sobrado de combustible. A priori, ambos coches avanzan en una marcha a distintas
velocidades, por lo que inevitablemente la distancia entre ellos es variable, y aumenta especialmente en las curvas, donde
al motor del segundo por su menor potencia y carga de combustible le cuesta más
obtener potencia extra para salir de la curva; por el contrario en alguna de
las rectas, algunas veces el segundo vehículo puede recuperar algo de la
distancia perdida frente al primero. No cuesta demasiado extrapolar el primer
coche a las naciones o colectivos ricos y desarrollados, el segundo al resto de
colectivos, las rectas a los periodos de paz y crecimiento económico, y finalmente las curvas a las crisis.
Incluso con una visión tan simplificada del progreso, es inevitable
pensar en qué se basa, lo que conduce indefectiblemente a pensar en materias
primas procedentes de la minería, en las áreas cultivables a nivel mundial, las
destinadas a la ganadería, y en última instancia, al consumo de energía global.
Es entonces cuando a nadie se le escapa que no se puede sostener un crecimiento
indefinido basado en recursos claramente finitos. No pretendo escribir aquí una
entrada apocalíptica, pero al menos sí sembrar la duda acerca de si el modelo
capitalista basado en un consumismo desaforado es sostenible. Los defensores
del modelo actual argumentan que siempre habrá un salto tecnológico que aumente
increíblemente la eficiencia en el uso de los recursos, pero aunque no me cabe
duda de que la tecnología conseguirá logros increíbles a día de hoy en las
próximas décadas en campos como la nanotecnología, la ingeniería genética y la
inteligencia artificial, tal vez alguno de ellos llegue tarde, de manera que
antes de llegar a disfrutar de la increíble calidad de vida que nos proporcionarán,
muchos coches como el segundo del ejemplo se quedan tirados en unas imaginarias
curvas cada vez más cerradas.
Continuando con mis especulaciones, también me planteo cuestiones como
que incluso sin conocer los límites del planeta, si la población mundial se ha
duplicado desde 1970 hasta ahora, dudo que fuera sostenible sea posible que lo
volviera a hacer en los próximos cuarenta años. En este sentido, soy consciente
de que la evolución demográfica mundial es la agregación de las de los
distintos continentes, que son absolutamente dispares en este sentido, pues
nada tiene que ver una cada vez más envejecida Europa con Latinoamérica ó África, así como de existen países con grandes tasa de crecimiento y otros como
China con una política demográfica muy estricta. No obstante, la tendencia
actual, aun con cierto ralentizamiento, es de continuar creciendo.
Por todo esto que os comento, no me cuesta imaginarme un futuro próximo
con aumento de presión migratoria (con el consiguiente mestizaje) tanto entre
distintos continentes como entre países cercanos debida a esta crisis actual
que parece que vaya a hacerse endémica, causando muchas tensiones sociales y
xenofobia debidas a las dispares interpretaciones de diversos colectivos en cada país sobre el aumento
de las desigualdades, con el consiguiente surgimiento de partidos políticos en
ambos extremos del espectro político. Esto tal vez ocasione entre otras cosas,
que ante el dilema moral de los gobernantes entre seguridad colectiva y libertad
individual, termine ganando la primera, con las inevitables consecuencias
sociológicas que ello tendrá, entre ellas reforzando la actual tendencia de que
la forma de relacionarnos se base cada vez más en la tecnología frente a los
encuentros reales. Tampoco me cuesta imaginar el aumento de las crisis entre
las relaciones de los países del primer mundo por el control de las fuentes de
energía, aunque la versión oficial para los medios sea que las causas de estas
crisis siempre sean cuestiones éticas apelando a la solidaridad entre los pueblos.
Visto así, hasta futuras grandes guerras no parecen descartables como un motor
más (junto a las catástrofes naturales, la obsolescencia programada, o hacer
creer a los consumidores que tienen necesidades materiales muy por encima de
las que realmente tienen) de un sistema
capitalista que necesita destruir bienes prácticamente a la misma velocidad que
los crea, para seguir vendiendo otros nuevos que los sustituyan.
Así, siempre termino elucubrando si el futuro que nos espera será como
las carreteras que me enseñaron a diseñar, o si por el contrario, tras la última recta
larga de más, la próxima curva será muy cerrada como aquel garrote de caramelo,
que esta vez sería de todo menos dulce.