El
pasado miércoles había sido un día difícil.
Aunque los que trabajamos por
proyectos convivimos a diario con el fracaso, aun intentando ser lo más
asépticos posible, siempre hay algunos trabajos con los que tienes una mayor
vinculación emocional, aquellos en los que durante las semanas de preparación
no escatimas en horas extras, reuniones de coordinación, infinidad de revisiones
de la documentación a presentar, mucha proactividad y por supuesto, grandes
dosis de ilusión.
Es por ello que, aun formando
parte de las reglas del juego tener que fracasar muchas veces para conseguir
varios contratos al cabo del año como el que encuentra una pepita tras remover abnegadamente
toneladas de arena y grava, al igual que ocurre en el ámbito personal, no todos
los proyectos que se frustran te afectan igual.
La no consecución de uno de esos
últimos me había fastidiado la jornada laboral, por lo que intenté no alargarla
demasiado y permitirme nadar por la noche unos largos en mi piscina municipal, como una
forma de despejarme. Sin embargo y a pesar de existir un consenso más o menos
generalizado sobre su consideración como uno de los deportes más completos, si hay
algo en lo que al menos para mí no destaca la natación es en conseguir hacerte
desconectar mentalmente.
Así que por esta extraña forma
mía de pensar entre imágenes y analogías, repasando mi último fracaso, perdía
la cuenta de los largos que llevaba al darme por pensar de manera focalizada en
aquellos músicos del Titanic entre brazada y brazada. Como la mayoría de vosotros
conoceréis y según se supo por los supervivientes de la catástrofe, estos
abnegados profesionales, no dejaron de interpretar variadas piezas hasta su
muerte tras el fatídico hundimiento del trasatlántico más famoso de la historia.
Aún sin saber entonces cuantos
eran, intentaba meterme en las mentes de algunos de ellos y con la absoluta
certeza de que cada uno interpretó la tragedia que se les avecinaba a su
manera, la mayoría, o quizás todos decidieron continuar haciendo lo que mejor
sabían, que en definitiva era lo que les apasionaba.
Pensé que algún músico pensaría
de forma completamente desinteresada y con una valentía excepcional, que con su
música aportaría aunque fuera un mínimo ápice de serenidad al resto de la
tripulación, para poder salir de forma ligeramente más ordenada. Otro intérprete
quizás pensaría por el contrario, que (tal vez erróneamente) como para bien o
para mal, nada de lo que hicieran iba a tener relevancia alguna, no había
motivo para dejar de hacerlo. Seguramente un tercer integrante, petrificado por
el miedo, simplemente se sentiría más seguro siguiendo perteneciendo a un
colectivo, en este caso su banda. El caso es que entre estos y otros variados
razonamientos, también me parece fascinante el hecho de que para cada uno de
ellos debió de haber un punto de inflexión no necesariamente coincidente en el
tiempo, en el cual se hicieron conscientes de una muerte segura, y a partir del
que volvieron a decidir individualmente continuar con su música.
Ya en casa, duchado y relajado
no me pude resistir a investigar un poco sobre la
vida de estas personas. La orquesta, compuesta por ocho músicos se llamaba
la Wallace Hartley Band, y tomaba su nombre del líder, un violinista inglés llamado Wallace
Henry Hartley, y como os he adelantado todos perecieron en el naufragio. Por no
formar parte de la tripulación, viajaban como pasajeros de segunda clase, y la
única vez que tocaron juntos los ocho fue durante la fatal colisión con el iceberg,
pues en anteriores ocasiones habían tocado separadamente en distintas zonas de
primera clase del barco, como un quinteto y un terceto. De hecho, aquella noche
del 14 de Abril de 1912 no había baile y la orquesta había terminado su jornada,
así que como auténticos héroes legendarios fueron los primeros en actuar tras el
choque (que se produjo a las 23:40), reuniéndose y comenzando a tocar para
calmar a los pasajeros que comenzaban a ponerse nerviosos.
Titanic Band.jpg Fuente: Wikipedia
Fue por ello que aquella
fatídica noche, y parece ser que en gran parte por el sólido liderazgo de su
director así como de su gran sentimiento grupal, durante dos horas tocaron ininterrumpidamente
la música de moda del momento, temas ligeros y festivos (valses y ragtimes) a
pesar de que a partir de las 1:15 el barco dio un bandazo que aumentó la
inclinación de la cubierta hasta hacerla prácticamente inestable. En medio de un progresivo giro acompañando al hundimiento, se cuenta también que a las 2:10 su director les ‘liberó’
de la obligación de seguir tocando (si es que en algún momento lo estuvieron), y la totalidad de la orquesta decidió continuar, quedando para la leyenda que se
despidieron de la vida tal vez con el ‘Nearer, my God, to Thee’ (‘Cerca de ti,
Señor’), porque ya sin luces y con una tremenda inclinación, nadie que
allí estuviera viviría para contarlo.
Hola Santi:
ResponderEliminarUna vez más me ha gustado mucho lo que has escrito pues a mi en particular me interesan cosas pasadas tanto históricas como anecdóticas o de cualquier otro tipo y tú sabes darle ese toque de doble interès.
Por favor no tardes tanto en alegrarnos con tus escritos pues son realmente interesantes.
Un abrazo Carmen P
Me alegra que te haya gustado Carmen una vez más.
EliminarDe veras que me encantaría ser más regular, pero supongo que uno de los mayores enemigos de la creatividad es la falta de tiempo.
No obstante tomo nota, te agradezco de nuevo que me leas regularmente e intentaré publicar algo más.
Un abrazo.