miércoles, 30 de diciembre de 2015

''A dieta.''


‘Oye chica que me he puesto un mes a dieta de adjetivos y me está sentando fenomenal’

                O algo así nos dijo bromeando una conocida escritora en un taller literario de fin de semana al que asistí la pasada primavera. Intentaba transmitirnos importancia de ser muy comedidos con ellos en nuestros relatos.   

La verdad es que nunca me lo había planteado y además de atender a sus explicaciones intenté documentarme por internet. No encontré grandes argumentos acerca de la cuestión más allá de que con la reducción de adjetivos la narrativa gana en precisión, y en definitiva, en calidad. Así, si el sentido de una frase no se altera sustancialmente al suprimir alguno o la totalidad de ellos, mejor hacerlo.

Sin embargo, a mi entender, este estilo de escritura más pulcro, de alguna manera exige mayor esfuerzo tanto para el escritor como para el lector. El primero tendrá que, a través de su mirada singular condensar su mensaje en sustantivos y verbos. Suprimir ‘triste’ por ejemplo de una frase, le supondrá tener que transmitir la tristeza a través de los propios personajes y aquello que les ocurre. El lector a su vez tendrá que leer (tal vez en más de una ocasión) e interpretar razonadamente el cuerpo del mensaje, obteniendo como premio una opinión propia.

En definitiva, creo entender que con la literatura ocurre como con otras tantas aficiones, en las que se puede acceder a un mayor disfrute, pero que requieren dedicarles tiempo y sosiego, estando ambas cosas en contraposición con la sociedad de consumo rápido en la que nos ha tocado vivir.

Así que lo mejor que se me ocurre para este 2016 que está a punto de comenzar, es desearos que, aunque no seáis aficionados a la escritura,  incluso en vuestra vida diaria, os pongáis también dieta de adjetivos intentando no juzgar demasiado a los demás, y sobre todo, que en caso de hacerlo, los juicios sean propios  en vez de heredados de terceros.

Pero sobre todo, que hagáis pocas cosas y con la calma que necesiten.

Os deseo un feliz 2016 cargado de éxitos personales y profesionales.

Un abrazo.

 
Santi.


domingo, 27 de septiembre de 2015

'Se vende Mi ilusión, nº 6.'




    Tras mi habitual lectura de la prensa dominical en el chiringuito regresaba para comer caminando a casa por la avenida del Marqués de Rozalejo, personaje histórico del que (todavía) no sé nada pero sobre el cual comienzo a sentir curiosidad. Tal como la podéis imaginar, se trata de la típica calle amplia de urbanización playera, en este caso perpendicular a la costa, con mediana central, palmeras a ambos lados y un carril bici que va pasando de uno a otro, del cual estoy muy agradecido por facilitar la experiencia de mimetizarme con la mayoría de extranjeros residentes cuando me desplazo sobre dos ruedas.


    Pero por mucho que me guste sentir el viento en la cara a la vez que pedaleo y me cambio de acera acompañando al carril bici, las cosas interesantes ocurren casi siempre a menor velocidad, concretamente a la de mis pies. Es entonces cuando se me aparecen detalles desconocidos en fachadas de colores y jardines de la multitud de dúplex y apartamentos diseñados en su momento sin ningún tipo de orden ni concierto con respecto a los preexistentes.


    No suele ser extraño encontrar cualquier tipo de cartelería con variopintos mensajes, multitud de nombres de villa descoloridos por el sol, e incluso alguna muestra de algo a caballo entre arte urbano, un espantapájaros contemporáneo, o (quién sabe) el pasatiempo de unos chavales que decidieron adornar su jardín con una vieja bici de paseo puesta del revés de la que colgaron adornos multicolores y alguna botella de agua sobre la  que se reflejan los mismos rayos de luz que hacen guiñar los ojos en las fachadas blancas.

   La casualidad hizo que a mitad de mi paseo acabara mi penúltimo sueño despierto delante de una vivienda de dos (quizás tres) plantas llamada 'Mi ilusión', y que al levantar la vista encontrara en la planta de arriba un cartel informando de su venta.

    No he podido evitar volver a casa pensando en el vendedor, los motivos por lo que quería desprenderse de su ilusión, si pudo dar allí al menos parte de los besos y abrazos con los que soñó, si disfrutó mucho (como yo) de los atardeceres del Mar Menor, o si tuvo con quien compartir una taza de café caliente alguna tarde de lluvia....


martes, 5 de mayo de 2015

'Explorando la despensa.'


          Entre los muchos motivos que puede tener cualquier persona para considerarse afortunada, no suele faltar sentirse querida por buenos amigos. Si además, como es mi caso, pertenecen a ámbitos muy diferentes, las ventajas se multiplican por permitir asomarse a otras realidades y formas de pensar diferentes a la nuestra.



Las aficiones no son una excepción a esto, y cuando coincido con algún amigo que me explica con pasión algún hobby que me es ajeno, a veces me siento como un niño que en la cocina, de puntillas, levanta la vista hacia una despensa abierta, buscando con la mirada entre frascos y latas de variados colores algún pequeño tesoro como pueda ser una chocolatina, quizás alguna galleta apetecible, o un bote de crema de cacao.


En mi caso, os puedo comentar que me encanta que me hablen de  deportes que aún no he practicado, o géneros literarios a los que me he acercado poco o nada. De los últimos por ejemplo, uno de los que apenas he frecuentado (salvo varias novelas distópicas como puedan ser ‘1984.’, ‘Un mundo feliz.’ o ‘Fahrenheit 451.’) es el de la ciencia ficción. Aunque en el cine no me pierdo película fantástica alguna, tengo que reconocer que leer las obras maestras del género es una de mis asignaturas pendientes. Ayudado entonces por la riqueza de detalles de las explicaciones de mis amigos, imagino que serán del tipo de novelas que, una vez liberadas de muchos condicionantes de tipo histórico o cotidiano, permiten desarrollar tramas en las que se abordan cuestiones existenciales de primer orden, muchas veces en forma de grandes retos del futuro.


Como no puede ser de otra manera, uno de los temas centrales que aparecen en estas novelas, es la existencia de vida extraterrestre, su grado de evolución y por supuesto, su actitud para con nosotros. Me inclino a pensar, que en caso de que apareciera alguna especie visitante, por el hecho de habernos encontrado estaría en posesión de un avance tecnológico muy superior al nuestro, y probablemente no fuera muy amigable, por resultarles insignificantes como especie. En definitiva, no nos tratarían mucho mejor que nosotros lo hacemos con gran parte del reino animal y vegetal. Imagino que la clave de que pudieran sentir algo de empatía que les generara compasión, estaría directamente relacionada con la capacidad de comunicación entre ambas especies. Me vienen a la mente entonces un par de los variados conceptos acuñados por el autor del conjunto de novelas de  ‘La saga de Ender.’, en particular ‘ Ramen ‘ que serían miembros especies de otros mundos con los que es posible la comunicación y al menos potencialmente, la coexistencia pacífica, y ‘Varelse’, que sería también especies de otros mundos, con los que con independencia de su inteligencia, no es posible la comunicación, por lo que sería justificable una guerra en defensa propia. Pero lo verdaderamente valioso es que se trata de conceptos que dependen totalmente del punto de vista del juicio y madurez del que los establece, de manera que una misma especie podría ser considerada como ramen o varelse en función de la especie que la juzgue.


Bajando a cuestiones más terrenales, y como ocurre con tantas reflexiones inducidas por el género, no resulta muy difícil encontrar analogías con el mundo en el que nos ha tocado vivir, en el que tenemos acceso inmediato a verdaderas atrocidades en tiempo real con independencia del lugar en que se produzcan. No sorprenden entonces al leer sobre la naturaleza violenta humana ejemplos como la cárcel simulada por alumnos de la Universidad de Stanford repartiéndose los roles de prisioneros o guardias. En aquel experimento los maltratos reales que se produjeron hacia los encarcelados, comenzaron por comenzar los carceleros a reclasificarlos como ‘no personas’. Por el contrario, podemos encontrar curiosos ejemplos para la esperanza como el que se cita en ‘La tabla rasa.’ acerca de la participación de George Orwell en la guerra Civil española, que vio a un hombre corriendo por su vida medio desnudo sujetándose los pantalones con las manos, ‘Me reprimí de dispararle- escribía Orwell-. No disparé en parte por ese detalle de los pantalones. había venido a matar fascista; pero un hombre que trata de que no se le caigan los pantalones no es un fascista; evidentemente es una criatura amiga, un semejante.’ La clave en ambos casos está en incluir o expulsar a los extraños de nuestro círculo moral, con independencia de que seamos conscientes o no de ello.    


Así que supongo por todas estas cosas que  la empatía, además de facilitarnos buenos ratos entre amigos, sería deseable que llegará ser unos de los pilares de cualquier sistema educativo que forme personas.


Bueno, os dejo, voy a buscar algo a la cocina.

viernes, 27 de marzo de 2015

'Noches de radio.'

          Nunca me sentiré lo suficientemente agradecido por saber apreciar y apasionarme a diario con esas pequeñas cosas inmateriales. Así, a lo largo de mis distintas etapas vitales, sin prisa ni pausa, siempre he intentado construirme una rutina rica en contrastes y matices en la que sentirme cómodo. En la última que me ha tocado vivir y va ya para siete años, la radio ha adquirido un papel importante por acompañarme tanto en mis cien kilómetros diarios que hago como mínimo para ir a trabajar, como en mis ratos libres entre noches y fines de semana.


Como cualquier persona, en este mundo cambiante no sé que me deparará incluso el futuro más inmediato, pero siempre guardaré con especial cariño esos paseos nocturnos por un paseo marítimo solitario de Los Narejos en pleno invierno, en los que bien abrigado y siempre en compañía de mi programa de radio favorito, caminaba durante una hora disfrutando intensamente del relax de saber el día vencido.


No recuerdo exactamente el momento en que descubrí ´La Brújula.’ en Onda Cero, pero supongo que me quedé maravillado desde el primer momento en que escuché los monólogos de Carlos Alsina a las 20.00h comenzando su programa.  Sin renunciar al humor (cuando procedía) con una exquisita combinación de suspicacia, diplomacia y brillantez, me facilitaba un breve resumen de una jornada de la que hasta ese momento desconocía la actualidad informativa. Generalmente me encontraba en el coche, o muchas veces ni podía hacerlo por seguir en la oficina, pero a lo que siempre he intentado no renunciar ha sido a escuchar al menos un par de veces por semana su tertulia de economía de las 21:00 durante mis paseos nocturnos playeros.


Hace un par de semanas me enteré por la prensa de que dejaba el programa para presentar en la misma cadena el de las mañanas, y la casualidad ha querido que oyera en el coche (como no podía ser de otra manera) su monólogo de despedida que daba comienzo a su última edición de ‘La Brújula.’ tras diez años desde que comenzó a presentarlo. Verdaderamente brillante y emotivo, a la vez que lo escuchaba animado por sus palabras no he podido evitar echar la vista atrás y recordar mi última década, sin olvidar como ha cambiado tanto el mundo como sobre todo nuestro país en estos años.


            En fin, no me quiero poner sensiblero ni rollero, iba para tres líneas y al final he retrasado lo que muy agradecido me gustaría compartir, que es el enlace tanto al audio como escrito  de ese último monólogo vespertino plagado de talento de una gran persona que comienza una nueva etapa y a la que le va ir fenomenal.  


Espero que lo disfrutéis.
 





martes, 10 de marzo de 2015

80 / 20



Son muchos los motivos por los que me apasiona un taller de escritura de relatos al que asisto desde hace unos meses y que pronto finalizará.


Entre otras cosas, me ha permitido leer una bibliografía selecta escogida con excelente criterio por mi polifacética profe. También coincidir con buenos compañeros con los que analizarla  y, por supuesto, intentar escribir algún relato decente que compartir con ellos a la vez que vamos leyendo los suyos, que están resultando ser magníficos e inspiradores, todo un ejemplo para esforzarme en mejorar.


Además, si hay algo que le agradezco es asignarme fecha, obligándome a poner literalmente el culo en la silla para preparar algo que leer en clase, volviendo a comprobar empíricamente una vez más el ‘Principio de Pareto’, algo que ya había aplicado para orientar esfuerzos en otros ámbitos de mi vida, especialmente el profesional.


Para los que no la conocéis, fue planteada por el sociólogo, filósofo y economista italiano en términos de porcentajes de distribución de la pertenencia del poder y riqueza en la sociedad (afirma que un 20%  ostenta la posesión del 80%). Sin embargo, de forma más amplia, también se puede resumir de manera coloquial en que el 20% de las causas de algo es el responsable del 80% de los efectos.


Así, con la premisa de que conocemos ese reducido grupo de acciones que origina la mayoría de las consecuencias, podemos obtener un rápido rendimiento en cualquier tarea o proyecto que nos propongamos, ya sea profesional o personal.


Si os parece demasiado abstracto, pensad por ejemplo en lo fácil que es perder los primeros kilos siguiendo un régimen alimenticio  adecuado, dejar de fumar la primera semana, o con el conveniente entrenamiento, mejorar los primeros tiempos cuando se empieza a correr….


Una vez que tenemos una mejora rápida obtenida con un rendimiento excelente en base a un esfuerzo correctamente orientado, nos invade la duda propia de cualquier jugador de casino que ha tenido una buena noche:


¿Cuando paramos?


Salvo que seamos unos optimistas irredentos embaucados por la ingente bibliografía de la psicología positiva (que en muchos casos tanto daño ha hecho), conscientes de que tenemos tiempo y talento limitados, comenzaremos a intuir que el camino que nos queda es mucho más complicado y requiere unas ingentes cantidades de esfuerzo.


Entre otras muchas opciones, algo razonable podría ser quedarse en el tramo inicial de casi todo lo que comenzamos obteniendo éxitos moderados a un coste muy razonable, porque así nos sobrará tiempo para encontrar nuestras verdaderas pasiones, aquello por lo que merezca la pena dejarse la piel por el camino para llegar a lo máximo a lo que podamos aspirar.
 
También habrá quien se machaque por igual en todas y cada una de sus metas, sin valorar demasiado los recursos que va consumiendo por el camino, ni la prioridad relativa de sus potenciales logros.


Me imagino que, tarde o temprano, cada persona encontrará su receta.


¿Y tú, la encontraste?
 







domingo, 8 de marzo de 2015

'Sobre lo incompleto.'

   Por aquello de recordarme a ‘fanático’, nunca he querido verme como ‘fan’ de nada ni nadie. Interpretando el diccionario a mi manera, prefiero el término ‘apasionado’ para describir aquello que nos hace brillar los ojos o perder la noción del tiempo, ya sea practicándolo o describiéndolo a los sufridos incautos que se nos van cruzando por el camino.

    Muy a mi pesar, con el escritor japonés H. Murakami me estoy acercando peligrosamente a la línea del primer término, y  no me cuesta imaginarme lleno de emoción cargado con más de media docena de libros suyos, para que me los firmara en una hipotética visita suya a alguna feria del libro por nuestro territorio patrio.

    Como me queda poco ya para terminar de leer su obra completa, me raciono bastante sus publicaciones. Muchas veces me las compro y las guardo con celo durante meses para ocasiones especiales como pueda ser un viaje.

    Así, con motivo de una escapadica a San Sebastián el fin de semana pasado, aproveché para llevarme su penúltima (creo) obra, la novela ‘Los años de peregrinación del chico sin color.’. A diferencia de otras creaciones, no es muy extensa y la pude completar en el trayecto de ida y vuelta en tren desde Madrid.
   
A lo largo de sus páginas, presenta gran cantidad de elementos comunes con el resto de su obra, como pueda ser una magnífica tensión narrativa a la hora de resolver enigmas polifacéticos, tramas situadas en distintos escenarios y épocas, o un verdadero deleite hedonista  en placeres simples como la música, la comida o la bebida. Por supuesto, no falta precisión a la hora de describir lo incompleto, como pueda ser amor sin sexo y sexo sin amor.

Sin embargo, y al igual que ocurría con ‘Al Sur de la frontera, al Oeste del Sol, la fusión de lo real y lo fantástico apenas está presente, por lo que permite ponerse en el  lugar del protagonista con mayor intensidad, sentir su soledad, ilusiones, miedos y pasiones de una manera que al menos para mí resulta muy especial.

No me enrollo más, os animo a leerla y os dejo con el música que le da nombre.





 

martes, 10 de febrero de 2015

'La distancia.'

A pesar de saber con anterioridad de su existencia, creo que sería unas semanas antes de navidades mirando en unos grandes almacenes varios modelos de portátiles, cuando prácticamente me topé por primera vez con una televisión en alta definición con pantalla curva.
No pude evitar pararme para comprobar si había habido con estos nuevos aparatos un salto cualitativo considerable en la calidad de la imagen. Supongo que así era, y el hecho de que además para su diseño se hubiera decidido curvar la pantalla con el propósito (intuyo) de generar una sensación envolvente del visionado, me hizo pensar que no está tan lejos el día en que su imagen se logre hacer indistinguible de la realidad.
Seguramente en la batalla tecnológica por lograr entornos artificiales hiperrealistas, irán siempre por delante de la televisión los sistemas de realidad virtual, o los generadores de hologramas, pero con independencia de que la finalidad próxima de cada una de las empresas desarrolladoras de estas tecnologías sea aumentar sus ventas ( y en definitiva sus beneficios), no me queda tan clara la finalidad última de este progreso tecnológico en particular.
Puedo llegar a entender que estas futuras simulaciones nos permitirán infinidad de aplicaciones que incluso ahora nos costaría imaginar, pero a la vez me preocupa que el creciente interés de interaccionar on line (en detrimento de las relaciones sociales convencionales), nos haga preocuparnos más por lo lejano, generando distancias insalvables  con quienes tenemos más cerca.
Si alguna vez os habéis sentido solos, aislados por un muro invisible, en alguna reunión social en la que los asistentes estaban más pendientes de sus smartphone que de vosotros, sabéis a lo que me refiero.   
Ya nadie duda de que fenómenos surgidos en entornos virtuales como las redes sociales están cambiando progresiva e irreversiblemente la forma de relacionarnos. Actualmente podemos comunicarnos en tiempo real con personas en cualquier parte del planeta, y por supuesto, reducir distancias emocionales al hacerlo con nuestros seres queridos. En definitiva emitir cualquier información por buena, mala trascendental o irrelevante que sea. También acceder a cantidades ingentes de documentos de una manera con la que no hubiéramos soñado hace no tantos años.
A pesar de todas estas fantásticas ventajas tecnológicas, intento pensar que es lo que en última instancia hace más apetecible estar permanentemente conectado frente a no hacerlo. Elegir lo virtual frente a lo real.
Me viene a la mente  tal vez que en primer lugar en los entornos virtuales prima la cantidad de información frente a la calidad, ya sea  acerca de nuestras relaciones sociales, de lugares por visitar, o de noticias sobre el mundo que nos rodea. La mayoría de veces no tenemos tiempo de contrastar nada, y lo que es peor, realmente no queremos.
Seguidamente la facilidad de acceso (entendida como comodidad), algo muy importante en la actualidad, porque la cultura del esfuerzo no pasa por sus mejores momentos. Siempre costará menos ver un documental de alpinismo que subir a una montaña. De relaciones sentimentales ni hablamos.
En relación con la facilidad cobra importancia la rapidez, y con esta última la superficialidad campa a sus anchas para que finalmente aparezca la impunidad, entendida como la capacidad de observar sin ser visto, y en algunos casos, de sentir que las consecuencias negativas de nuestras acciones van a ser en muchos casos sensiblemente inferiores a las que cabrían esperar en el mundo real, cuando no inexistentes. Pensad por un momento que si de niños habéis fantaseado por momentos por ser invisibles, no sería para nada bueno.
Y si esa invisibilidad puede ser muy atractiva para muchos, no lo es menos la posibilidad de alimentar la vanidad a la vez que se proyecta una imagen personal algo distorsionada de la realidad. Personalmente pienso que el autoengaño es uno de los peores posibles, pero contemplo este fenómeno de una manera lo más aséptica posible, como también lo hago con el concepto de extimidad.
Me imagino que con esta apasionante combinación de ventajas y desventajas, la potencialidad que tienen las nuevas tecnologías ( incluso sin nombrar otras áreas como la inteligencia artificial) para cambiarnos es inmensa.  
Esperemos que sepamos aprovecharlo.