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miércoles, 1 de mayo de 2013

''Brillos.''


Extraña sinestesia vivían los de Allí.

            Creían ver brillos de colores, auras tal vez, en los sentimientos que hacia ellos  los demás tenían. Quizás por fortuna, no veían los propios, y se protegían sin saberlo de una borrachera sensorial. Tampoco podían contarlo, no hubieran sabido.

            Con matices diferentes, los amores iban del intenso picota inicial al consolidado bronce, si sobrevivían con el paso de los años. Las amistades eran esmeraldas a veces, otras celestes, y  las vitalicias llegaban a ser de un profundo marino.

Sin recordarlo, los hijos contemplaban en sus padres una intensa albura ya desde su nacimiento. El resto de familiares se percibían entre ellos con multitud de dorados.

Cenizas y azabaches no aparecían, lo que de negativo pudiera haber simplemente iba matizando, apagando el color correspondiente.

Cuando viajaban fuera, los de Allí disfrutaban del tremendo éxito de uno de los suyos. Sus obras eran extrañamente creativas, de una belleza hipnótica, tendían a confundir lo real con multitud de emociones, haciendo indistinguibles las plasmadas en el lienzo con las del embelesado espectador.

Tras contemplarlas, algunos de los de Allí se miraban entre ellos con los ojos vidriosos. Les hubiera gustado poder decir:

«Esto quise transmitirte toda una vida.».

 
 
 

jueves, 25 de abril de 2013

''Perra vida.''


La vejez les pilló viejos.

De hecho, Panduro ya lo era cuando fue adoptado por los vecinos de los dueños de Ajostiernos, que a su vez tuvo mucha más suerte, pues aunque bastardo fue acogido recién nacido.

Siendo el primero un ratero marrón muy feo, algo lento y temeroso, sus dueños nunca supieron distinguir en él si tenía un problema en sus lagrimales o estaba dotado de una inusitada sensibilidad perruna.

Ajostiernos siempre fue a lo suyo, también pequeño aunque más corpulento, color azabache, vivaz y canalla.

Ya bastante mayores, con el escaso tráfico del pueblo y sabiendo que no irían muy lejos, sus dueños les dejarían la puerta abierta por las tardes para disfrutar juntos de  algo de libertad controlada.

¿Dónde iban a estar mejor que en casa?

No tenía sentido que no volvieran, algo ciegos ya, con andares renqueantes y respiración exhausta al finalizar alguna correría vespertina e infructuosa tras perras bastante más jóvenes.

Así fue todo el tiempo, o casi…

Panduro siempre volvió, Dios sabe lo que padeció antes de encontrar su hogar.

Ajostiernos, agradecido a su manera, quiso ahorrar a sus dueños verle apagarse, perder su fuerza.

Al final sólo deseó dormir en la tierra y ver amanecer.