Son muy pocos los momentos en que ocurre.
Ser consciente durante unos preciosos segundos de que estás generando unos recuerdos imborrables en el futuro, te aleja por unos instantes de ti mismo. No necesariamente son los más felices, pero siempre tienen algo diferente, que trasciende. Como si ya te estuvieras contemplando convertido en un espectador más de esa película que es tu vida.
En aquellos años, los últimos de instituto, me ocurrió con frecuencia. Pertrechado con una pequeña cámara compacta de carrete, las tardes de los fines de semana, salía disparado con mi bici hacia un recorrido fijo por carreteras del trasvase que me llevaría a atravesar la autovía de Murcia a Cartagena, por un puente que, con la frecuencia de las visitas sería 'mi puente'.
Con la llegada de la primavera, y sus horas adicionales de sol, mis excursiones se harían diarias, pero disfrutaría especialmente aquellas escasas tardes nubladas, con ese brillo extraño que se produce poco antes de llover.
Esas tardes, aun a riesgo de mojarme, subiría al puente, bajaría de la bicicleta, y me sentaría un ratico en su acera a contemplar la visión de las dos calzadas paralelas de la autovía queriendo buscarse, fundirse sin éxito en el puerto de la Cadena.
Algunas veces haría fotos, otras me gustaría imaginar la vida de los pasajeros de aquel incesante tráfico, y todas sin excepción me preguntaría qué pintaba yo en todo aquello, qué sería de mí en un futuro próximo.
Eran tiempos de cambios, los años venideros serían difíciles, intensos, alegres, trágicos, tristes, cálidos; y aunque en aquellos momentos poco podía imaginar, los efectos de aquellos escasos ratos que allí arriba tuve, casi dos décadas más tarde, aún perdurarían en mi vida diaria.
Tras años de ausencia, cuando vuelvo de Murcia por la autovía alguna tarde extraña con nubes , aún me gusta levantar el ojo derecho por si me veo contemplándome en el puente, mi puente.