jueves, 25 de abril de 2013

''Perra vida.''


La vejez les pilló viejos.

De hecho, Panduro ya lo era cuando fue adoptado por los vecinos de los dueños de Ajostiernos, que a su vez tuvo mucha más suerte, pues aunque bastardo fue acogido recién nacido.

Siendo el primero un ratero marrón muy feo, algo lento y temeroso, sus dueños nunca supieron distinguir en él si tenía un problema en sus lagrimales o estaba dotado de una inusitada sensibilidad perruna.

Ajostiernos siempre fue a lo suyo, también pequeño aunque más corpulento, color azabache, vivaz y canalla.

Ya bastante mayores, con el escaso tráfico del pueblo y sabiendo que no irían muy lejos, sus dueños les dejarían la puerta abierta por las tardes para disfrutar juntos de  algo de libertad controlada.

¿Dónde iban a estar mejor que en casa?

No tenía sentido que no volvieran, algo ciegos ya, con andares renqueantes y respiración exhausta al finalizar alguna correría vespertina e infructuosa tras perras bastante más jóvenes.

Así fue todo el tiempo, o casi…

Panduro siempre volvió, Dios sabe lo que padeció antes de encontrar su hogar.

Ajostiernos, agradecido a su manera, quiso ahorrar a sus dueños verle apagarse, perder su fuerza.

Al final sólo deseó dormir en la tierra y ver amanecer.

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