jueves, 3 de noviembre de 2011

El mortero.


Creo recordar que cuando me lo regaló para mi nueva casa, supongo que poco antes de mudarme, me dijo que me traería suerte.
Aunque hace unos años que nos abandonó, su alegría y sus ganas de vivir contagiosas fueron un regalo para una familia que en aquellos momentos lo necesitaba. Por ello, de alguna manera formó parte de ella desde el primer día y su recuerdo perdura a diario en nuestros corazones.
Desde hace poco, mi madrina me echa una mano en casa, y como es habitual en alguien que sólo regresa a dormir, no suelo estar cuando lo hace. Ni que decir tiene que al ordenarme la casa con todo el cariño del mundo, cuando llego me cuesta encontrar algunas cosas, de la cocina sobre todo,.
El mortero pertenece a este grupo, y reconozco que me encanta buscarlo por los armarios, los días como hoy, en los que recién llegado no lo encuentro tras su visita, para volver a ponerlo de nuevo en su sitio, sobre la encimera de la cocina, entre el microondas y la vitro.
Puede parecer una tontería, pero me gusta pensar que si me puede ver, con este trasiego de mortero las últimas semanas, sonríe y se alegra de que no deje que se guarde su recuerdo.
Podría decirle a mi madrina que no lo guarde nunca más, pero moverlo de sitio una vez a la semana no es para tanto…….  
¿O no?

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